Sin duda alguna no se podría hablar de arte sin mencionar a Armando Sánchez Fernández, el acuarelista que hace seis meses falleció y este medio desea rendir homenaje a su talento. El artista nació en Oruro en 1925, año en el que Bolivia celebró su primer centenario. Hijo de una familia de clase media, empezó a pintar de manera espontánea, desde muy temprana edad sintió la necesidad apremiante de comunicarse a través del color. Este primigenio impulso se convirtió en el eje de su existencia.
Desechó, de manera consciente y constante, la posibilidad de una formación artística académica, optando por la formación autodidacta, lo que le permitió mantener una frescura y un sentimiento diáfano que se reflejó en sus obras, en la fuerza del color. Sin embargo, no podemos afirmar que se trate únicamente de un pintor naif. En todo caso, la pasión que caracterizó su trayectoria se tradujo en ocasiones en imágenes de trazos gruesos y colores fuertes, que le confirieron una expresión más cercana al expresionismo y en otras al fovismo.
La obra de Sánchez Fernández posee un carácter único en el conjunto de la producción pictórica de su generación, enfrentado desde muy joven al aparato establecido por el incipiente sistema local de arte y comprometido con los movimientos populares, desarrolló su pintura patrocinado por los sindicatos de obreros y grupos de intelectuales. A pesar de su lealtad a los movimientos populares su espíritu no aceptó la imposición de doctrina alguna, manteniendo su obra alejada del sentido panfletario del realismo socialista, reservando a su expresión un interés por una diversidad de ámbitos y temas que se tradujeron en sus diversas series.
Su personalidad inquieta lo llevó a investigar y experimentar diversas técnicas. Desde muy joven, en 1949, se enfrentó a Cecilio Guzmán de Rojas, a raíz del descubrimiento que este maestro decía haber hecho de la llamada “pintura coagulatoria”, polémica que se reflejó ampliamente en la prensa de la época, dando notoriedad al joven pintor, quien realizó una demostración en el salón de actos públicos del Ministerio de Educación, ocasión en la que recurrió a elementos químicos sencillos y conocidos, con los que logró resultados iguales a los que consiguió Guzmán de Rojas. Sin embargo, nunca dejó de reconocer el talento pictórico del mismo, a pesar de haber realizado obras de crítica a la estilización del Indigenismo (similares a las que en su momento hiciera Arturo Borda) como la titulada “Masturbaciones de un genio”.
Una de las últimas muestras de Armando Sánchez Fernández y quizás la más famosa fue un homenaje a una generación que vivió la convulsión acelerada del siglo XX, con sus grandes contradicciones, sus guerras apocalípticas, sus avances, sus grandes pensadores y sus revoluciones; asombrándose cada día por el precipitado desarrollo científico y tecnológico pero resistiendo a la aniquilación de los valores primigenios de la humanidad. Una generación que construyó los sueños más grandes, vivió los más horrorosos cataclismos y reafirmó su fe en la libertad del ser humano.
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