Los hermanos Rodríguez fueron los instigadores de la Revolución del 10 de Febrero, porque estos eran capaces de aglutinar al resto del criollaje para que se pueda alzar contra los españoles.
El contenido que se encuentra resumido en el texto: Oruro en su Historia de Ángel Torres Sejas, edición 1994, que describe los pasajes que se vivieron antes y después de la Revolución del 10 de Febrero.
La historia nos habla de cómo fue aquel levantamiento en 1781, pero no nos cuenta a detalle que hubo otros personajes que pelearon para que este territorio sea liberado del yugo español.
Jacinto, Juan de Dios e Isidro Rodríguez de Herrera eran cabezas de acaudaladas familias de la Villa, propietarios de minas e ingenios, por lo mismo de gran ascendencia e influencia, capaces de aglutinar al resto del criollaje con no menos notables potentados.
De los tres Rodríguez, Jacinto era el más dado a la política, jefe de la conjura, quien, cuando ocurrieron los levantamientos de Tomás Katari, luego de los hermanos de éste, Dámaso y Nicolás; y de Túpac Amaru, destacó a su gente de mucha confianza para apoyar a los caudillos indios en la redacción de sus proclamas, entre esas personas se destacan Manuel Galleguillos, Isidro Serrano y Juan Peláez, manteniendo también secreta correspondencia con aquellos líderes indígenas, lo que explicaría la circulación en Oruro de las proclamas tupac-amaristas.
El 8 de febrero, sectores de población amanecieron con la noticia, o más bien el rumor, de que el Corregidor habría decidido dar muerte por ahorcamiento al prestigioso Jacinto Rodríguez, a su hermano Juan de Dios, a Manuel de Herrera y a otros potentados criollos de la Villa.
Por todos los rumores que circulaban por las calles de la Villa de Oruro, los españoles se pusieron susceptibles y comenzaron a planear la matanza de milicianos sospechosos de desafección a la Corona, criollos y mestizos. Colateralmente, en la Villa circulaban manuscritos tupac-amaristas y hasta se coreaba estribillos antiespañoles, los también llamados despectivamente como "chapetones" temían una invasión india o una sublevación de criollos, ya que eventualmente éstos podrían pactar con los indios en su contra; mientras que por parte de criollos, mestizos y sus familiares crecía la susceptibilidad de ser alevosamente muertos por los europeos.
El temor de los españoles radicaba en los lazos sociales del teniente coronel Jacinto Rodríguez, quien por su fama, contaba con la firme adhesión de los abogados Nicolás Caro y Gualberto Mejía, Diego Flores, Casimiro Delgado, Manuel y Juan de Dios Herrera, quienes integrarían el virtual comité revolucionario. El Vicario de la Villa, Patricio Gabriel Menéndez era considerado como mentor intelectual de los alzados, particularmente de Rodríguez.
En el ámbito militar, Rodríguez contaba con el incondicional apoyo de los capitanes Clemente Menacho y Manuel Serrano, los tenientes Nicolás Herrera, Antonio Quirós y Luis Azurduy. En grado menor el sargento Sebastián Pagador, muy vinculado al jefe de la conspiración por razones de trabajo; era su dependiente. Pagador tenía su propio prestigio.
En vano el Corregidor Urrutia trató de entrevistarse con Jacinto Rodríguez para aclarar extremos y aplacar los ánimos, pues sugestivamente, sólo para él parecía no encontrarse en su casa ni se conocía su paradero.
Anocheció en ese ambiente de suspicacias, temores y rumores. Ahora se decía que si los indios entraban en la Villa, criollos y mestizos desarmados serían puestos frente a ellos para que los matasen. Según el pueblo, para los españoles el problema sólo podía ser solucionado con la eliminación de sus enemigos y que el único modo de evitar un entendimiento de criollos con los indios era darles muerte cuanto antes. En ese contexto, en numerosos hogares se pasó la noche en vela, mucho más en las casas de los conjurados.
El 9 de febrero, algunos de los soldados de Serrano, acuartelados, habían salido a las 10:00 de la noche gritando socorro, entre ellos se encontraba Sebastián Pagador, quien se dirigió al pueblo para advertir de la "traición cometida" por los europeos.
Un grupo encabezado por Pagador se presentó ante Jacinto Rodríguez, quien les dijo que retornen al cuartel, explicándoles como sería el amotinamiento preparado por los revolucionarios.
Fue cuando se desató una batalla tenaz entre el pueblo armado con palos y piedras y los vasallos del Rey, que según confesiones, tenían a disposición numerosas armas.
Las mujeres y los niños también participaron de la lucha desatada en la esquina donde estaba ubicada la casa del acaudalado comerciante español José Endeiza, trasladando piedras para los soldados de Rodríguez.
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