Sin duda, la Revolución del 10 de Febrero de 1781, marca un acontecimiento muy importante para los orureños, esta fecha en la que se recuerda un año más de la rebelión criolla que tuvo contexto en las rebeliones del siglo XVIII.
Pero un aspecto importante, también surge ante la duda que se plantean cuando se habla de los militares que defendían las colinas frente a las agresiones de otras potencias.
Si bien, Oruro no contaba con un Ejército, debido a que no existían peligros inmediatos, surge la posibilidad de que en caso de invasión extranjera o sublevación interna, la defensa y el orden estarían garantizados por un cuerpo de milicias.
Esta aseveración es confirmada por Fernando Cajías de la Vega, en su libro Oruro 1781: Sublevación de indios y Rebelión Criolla, donde se manifiesta que el mantener un Ejército para garantizar la defensa de las colonias ameritaba un enorme gasto y entre las mayores inversiones estaban mantener las fortalezas y armamento, sin dejar de lado los sueldos a los integrantes.
"También se mantenían tropas regulares en las sedes de Gobiernos importantes, tales como las capitales de Virreinato o sedes de Audiencia y en aquellas zonas constantemente asechadas por los grupos indígenas indomables. En la audiencia de Charcas, un ejemplo típico era el de las fronteras de Tomina, donde los gastos militares estaban destinados a repeler los ataques chiriguanos", expresa parte del libro de Cajías.
Oruro, considerada como una ciudad interiorana no tenía un Ejército regular, pero los altos mandos de las milicias eran integradas por vecinos notables y la tropa se formaba con base en el pueblo.
Esta parte de la milicia, era reclutada y acuartelada sólo en caso de emergencia, pero obtener un grado militar y mando en las milicias era muy apreciado durante la colonia por ser una forma de asegurar el dominio político y económico y por razón de prestigio, un cargo de ese tipo afianzaba el status de un individuo, ya que al ocupar uno de estos cargos, subía su prestigio económico, aunque lejos de ser de nobleza, en la colonia daba una imagen aristocrática.
Se puede decir que en esa época, la historia de las milicias de Oruro, tuvo dos premisas, la primera era el acuartelamiento en caso de emergencia y la otra era la concentración paulatina de los cargos jerárquicos en manos de os vecinos económicamente importantes, en su mayoría criollos.
En Oruro, en 1739 se nombró a Antonio Paniagua Mesia de Loayza, comandante de la Villa de Oruro, en ese entonces se puede decir el cargo más militar más importante subordinado solamente al corregidor, que mantuvo a las milicias acuarteladas durante un año.
Según Cajías, Paniagua ejerció el cargo durante quince años, pero al no haber milicias acuarteladas, no suponía mayor trabajo, es así que por razones de salud, se retiró a Arque, dejando el cargo a Gerardo Bernardo de Torres, quien en 1755 recibió el nombramiento oficial del corregidor que fue confirmado por el Virrey.
En 1760, Juan de Dios Rodríguez empezó como capitán de Infantería y sus obligaciones eran acudir a los casos y cosas que se ofrecieran y estar pronto al reparo del cualesquiera maquinaciones y sublevaciones que se intentasen, como se ha experimentado otras veces, estando a la vela con el escuadrón o batallón que se hubiese de destinar a su cuidado.
En 1763, Juan de Dios, solicitó que por sus duras tareas en la mina, se lo nombrara capitán reformado esto quería decir que no tenía que estar de lleno en el ejercicio militar, pero gozaba de los mismos privilegios que un capitán de número. Su solicitud fue aceptada por el Virrey, un año después, es decir en 1764, año en el que además le dio el título de Teniente Coronel del Regimiento de Milicias San Felipe El Real de la Villa de Oruro y en 1770 fue nombrado como coronel.
Similar camino, fue el que siguió su hermano Jacinto Rodríguez quien obtenía los cargos que dejaba Juan de Dios, por lo que los cargos jerárquicos más importantes en el Regimiento de Milicias de Oruro, estaban en manos de la familia criolla de los Rodríguez.
Cuando el 10 de febrero de 1781 se aproximaba, un cierto clima de tensión crecía debido a la situación conflictiva que casi siempre se definía con violencia, en ámbito de las milicias y lo que acontecía en su composición, es así que al aproximarse el año en cuestión, se formaron cinco compañías de las cuales cuatro eran de criollos y mestizos y una de negros, a las cuales el corregidor nombró un cuerpo de oficiales para cada una. De los cinco capitanes, tres eran europeos, Fernando Gurruchaga, José Ruiz Sorzano y al mando de los negros, Francisco de Santelices, es ahí donde aparece Sebastián Pagador, quien era sargento en una de las dos compañías que eraban al mando de criollos.
El malestar creado por el nombramiento de oficiales europeos no era el único. El hecho de que se diera una Compañía al odiado Santelices fue juzgado por los criollos como una provocación, motivo por el que las rencillas y recelos fueron en aumento y tanto europeos como criollos se acusaron mutuamente de provocaciones y se confirmó que la rivalidad era muy profunda.
Consideremos que el 10 de Febrero hoy por hoy, es una de las fechas cívicas más importantes de Oruro, por no decir la más, donde Sebastián Pagador fue el héroe regional más importante de la ciudad, aunque todavía no se tiene conocimiento a detalle de los que verdaderamente pasó y cuál fue el papel que representó Pagador, se debe tomar en cuenta que además del nombrado, existieron figuras como la de Santos Mamani o la de Gabriel Menéndez, quienes fueron tan protagonistas como Pagador.
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