Esta fecha importante para los orureños, nos lleva a conocer algo más en la historia de nuestro pueblo, que de forma valerosa determinó revelarse contra quienes detentaban en poder sobre los nacidos en esta tierra.
Sin duda fueron muchos los factores que influyeron para que exista una revolución, y de estos no podía estar exento el tema económico, fundamental en el desarrollo de los pueblos.
Sin embargo encontramos que siempre existieron intereses un tanto particulares de un grupo minoritario de personas que impulsaron a que el pueblo se levante, sin que esto quiera decir, que sí existían resentimientos colectivos que primaron en la rebelión.
Han existido personas que dieron testimonio de esto, resaltando que una de las causas para que se dé la revolución del 10 de Febrero de 1781, fue la crisis en la minería de Oruro y la desesperación de quienes eran los grandes mineros de aquella época.
De forma bastante elocuente, cuenta este pasaje de la historia, el historiador Fernando Cajías de la Vega, en su libro Oruro 1781: Sublevación de Indios y Rebelión Criolla.
Los antecedentes señalan que Oruro, al igual que Potosí, es un asiento minero de larga duración. Todavía hoy, a cuatro siglos de su descubrimiento, existen minas en explotación. Sin embargo esa explotación no fue constante. Oruro vivió sus ciclos de auge y ciclos de depresión.
Cajías hace referencia a Manuel Vicente Ballivián, conocido polígrafo boliviano de principio del siglo XX, que resumió así cuatro siglos de historia minera en Oruro:
"El asiento minero de San Felipe de Austria de Oruro fue digno competidor en opulencia y población de la Villa Imperial de Potosí en la era del coloniaje español… tuvo sus períodos de postración y decadencia, marcándose como el más grave el que lo afligiera desde la general sublevación de Túpac Katari en 1781. En la época de nuestra vida independiente, pasó por alternativas de bonanza y hasta de suma decadencia".
Desde fines del siglo XVII hasta 1740 se vivieron el empobrecimiento y el despoblamiento de la Villa; pero, en esa década, hubo una reacción poderosa para ella, debido al descubrimiento de nuevas minas de plata en Poopó donde acudieron desde Oruro.
Poopó, capital de la provincia vecina de Paria, estaba bajo la jurisdicción económica de las Cajas Reales de Oruro; por ello, la producción de plata de Poopó incrementó los ingresos de Oruro. Por otra parte, la explotación de esas minas estuvo en manos de mineros criollos orureños, especialmente del más próspero de ellos: Juan de Dios Rodríguez.
Al descubrimiento de estas minas, para lograr el nuevo ciclo de auge se sumaron otros factores similares a los de otros asientos mineros del continente: la rebaja del impuesto, la rebaja del precio del azogue, la consolidación del sistema de trapiche. Sin embargo, el nuevo auge de la minería orureña no contó con el mismo apoyo de las reformas borbónicas que otros lugares: no se dio con la misma fuerza la política de apoyo al gremio minero ni a la política de mejoramiento técnico. Esto explica, en gran medida, por qué la minería orureña fue mucho más vulnerable a los efectos de la sublevación general de 1780.
La incidencia de la minería en los ingresos globales y el aumento o disminución de las recaudaciones por concepto de diezmos y azogue, son indicadores fundamentales para demostrar que en la segunda mitad del siglo XVIII, se distinguen dos períodos en la historia de la minería orureña; no de crecimiento y otro de decadencia. La división entre ambos está marcada en el año 1781, año de la rebelión general de indios y la sublevación criolla, división que no es absoluta, ya que los síntomas de la crisis se sintieron ya a fines de la década del 70.
Para entender un poco más lo que se quiere decir, es que se toma la declaración de Santelices ante la Audiencia del 9 de marzo de 1781. Fue el cura Menéndez, en 1784, quien confirmó que Santelices se refugió en su Iglesia y que él en persona lo ayudó a escapar.
Santelices refirió que uno de los motivos para la profunda enemistad entre mineros criollos y comerciantes europeos se debía a la crisis económica de ese tiempo y que por ello se dio el enfrentamiento del 10 de febrero.
"Hacia 10 años que se experimentaba un total atraso en las labores de las minas, de modo que en la actualidad (1781) no había una sola que llevase formal trabajo ni pudiese rendir a su dueño lo necesario para su conservación y giro, siendo lo único que sostenía el vecindario; cuya total decadencia puso a sus mineros en tal lamentable constitución, que los que se contaban por principales y en otros tiempos poseían agigantados caudales, como eran los Rodríguez, Herrera, Galleguillos y otros, se hallaban en un estado de inopia, descubierto en muchos miles, así al Rey como con otros particulares, sin poderlos pagar, ni seguir el trabajo de sus labores, por falta de medios. Los europeos, que eran los únicos habilitadores, ya no querían suplirles cantidad alguna, y deudas, maquinaron esta rebelión, que se hará dudosa a los tiempos venideros, por el conjunto de muertos robos, sacrilegios y profanaciones y demás crueldades que se ejecutaron…".
Cajías afirma que los síntomas de agotamiento, es indudable, se sintieron años antes de la sublevación. Esto se refleja no sólo en la baja recaudación fiscal en el bienio 1779-1780, sino sobre todo en la quiebra de algunos de los principales mineros criollos. La falta de liquidez para adquirir azogue y pagar los impuestos al fisco los llevó a buscar créditos de los comerciantes, que eran europeos en su mayoría. Por ejemplo, el otrora acreedor Diego Flores estaba endeudado al comerciante europeo Josep Ruiz Sorzano. Jacinto Rodríguez trabajaba en una mina que no rendía mucho y se vio obligado a depender de su hermano Juan de Dios; Manuel Herrera pasaba por grandes dificultades para trabajar su ingenio.
Tanto por la crónica citada como por otros documentos, puede deducirse hasta qué punto los principales mineros criollos, incluyendo Juan de Dios Rodríguez, carecían de liquidez para pagar sus deudas.
Los préstamos para adquirir azogue no sólo distanciaron a criollos y europeos; también originaron conflictos entre criollos entre grandes y pequeños mineros. Tal es el caso de la contienda entre Clemente Menacho y su cuñado Diego Quiroz, contienda que los llevó a declarar el uno contra el otro en el proceso posteriormente seguido a los principales de Oruro.
Esta situación, sumada a la intromisión de la burocracia en los negocios mineros, fue causa esencial para el desencadenamiento de la sublevación criolla de 1781. Esta revuelta, unida a la sublevación general de indios, precipitó la caída de la producción argentífera.
Este año recaudaron, por concepto de diezmos y cobros, tan sólo 26.000 pesos, Hasta 1785, la recaudación se mantuvo en un nivel muy bajo, llegó a ser incluso menor que el tributo indigenal, que también estaba en crisis. El bienio 1784-1785, inmediatamente posterior a la prisión de los principales mineros criollos, registró la recaudación más baja.
Esta era la situación en los años inmediatamente posteriores a la sublevación: mortandad y éxodo de la mano de obra indígena, carestía de alimentos, escasez de azogue y paralización casi total de las labores de minas e ingenio tanto en Oruro como en Paria.
La paralización en el trabajo minero tuvo un proceso de decadencia que empezó antes de la sublevación; pero ésta y la consiguiente prisión de los principales mineros y azogueros criollos desencadenaron una crisis mucho más profunda; sus minas, ingenios y trapiches fueron embargados a depositarios y arrendatarios, quienes, en su mayoría no tuvieron ni la misma capacidad, ni el mismo interés en producir.
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