domingo, 10 de febrero de 2013

En homenaje al 10 de Febrero de 1781 La mita • Antes y después de la colonia

Oruro, asiento minero por excelencia después de Potosí, donde se instituyó este sistema de explotación dilapidaria desde todo punto de vista, para los pobladores llegados de varios lugares y en especial del área rural y provincial.

Vale la pena examinar someramente las ventajas que involucraba para los propietarios mineros la "mita" y que ahora los de Oruro pedían para sí.

No era un trabajo gratuito; era algo peor, aunque beneficiaba solamente a los dueños de las minas, era una labor agobiadora por la cual los indios tenían que pagar de su propio peculio.

Para comenzar, los indios que acudían a trabajar al Cerro -algunos desde las cercanías del Cusco y del norte del lago Titicaca, a 200 leguas de distancia- inicialmente recibían cinco pesos para gastos de la ida, pero en los 30 días que duraba ese viaje ellos debían gastar nueve pesos. Para el regreso no percibían ningún viático.

Pero muy pronto, a comienzos del siglo XVII; es decir, a los 25 años de dictada, se dejó de cumplir por completo la ordenanza que establecía el pago de viáticos.

Una vez en Potosí, cinco días, de martes a sábado duraba el trabajo en los socavones del Cerro, puesto que todo el lunes transcurría en la entrega, recuento y distribución de los indios que hacían las "capitanías de mita", de los contingentes a su cargo.

De martes en la mañana a sábado en la noche, el indio no sólo no bajaba del Cerro, sino que no salía de la mina, a excepción de un momento a mediodía del jueves para tomar algún alimento caliente.

En los socavones, los "mitayos", trabajaban por grupos de a tres, uno de los cuales era "minga", o sea contratado voluntariamente, no sujeto a la mita y que tenía cierto nivel de especialización. Cuando un "mitayo", faltaba a su trabajo debía reponerlo con una labor por el mismo tiempo de la ausencia, pero ya sin ninguna retribución ni remuneración.

Para alumbrarse en un turno de trabajo que duraba 16 horas, el indio gastaba dos velas de sebo. Sólo una de ellas le era proporcionada por el "azoguero" (así se les llamó a los propietarios desde que se implantó en Potosí el método de refinación de la plata por medio del azogue (mercurio), en el último tercio del siglo XVI), y la otra vela corría a cuenta del "mitayo".

La continuidad o persistencia en el trabajo estaba controlada automáticamente porque los trabajadores debían entregar a sus patrones cada cierto tiempo determinada cantidad de "montones", de mineral. Tres reales y medio ganaban diariamente los trabajadores dentro de la mina; tres reales los que transportaban el mineral desde la bocamina hasta los ingenios y dos reales y cuartillo los que se ocupaban en las tareas de refinación. Muy poco antes del auge de las minas de Oruro, al comenzar el siglo XVII, el virrey Luis de Velasco subió esos jornales a cuatro, tres y medio, y tres reales, respectivamente.

Como al "mitayo", no se le pagaba ningún salario por el día lunes, el trabajador de interior mina resultaba ganando 20 reales a la semana, o sea dos pesos y medio, pues cada peso "corriente", tenía ocho reales.

Cuando fue establecida la "mita" por el virrey Toledo en 1573, teóricamente un indio debía trabajar una semana seguida por dos de descanso. En esa forma, la obligación de acudir a la "mita", llegaba a 17 semanas al año, lo cual quiere decir que ese indio ganaba en total 42 pesos anuales. Una autoridad también insospechable, el Corregidor de Potosí, Diego Messía, decía que para ganar 42 pesos un "mitayo", debía erogar 100. Mientras tanto, el trabajador voluntario o "minga" ganaba siete pesos semanales, contra dos y medio del "mitayo".

Es pues cierto que las ganancias de los "azogueros", dueños de la mina provenían en parte de lo que dejaban de pagar a los trabajadores.

Esa situación se hacía más clara cuando los dueños, que recibían 50 "mitayos" por cada cabeza de ingenio" y que por cualquier razón dejaban de explotar las minas, llegaban a alquilar cada indio a otro minero a razón de 100 pesos al año. La ganancia era todavía mayor cuando el indio, con el fin de rehuir las duras condiciones del trabajo, se rescataba o redimía pagando al "azoguero", 120 pesos al año; es decir, siete pesos por semana, con los que el empresario alquilaba un "minga".

Cuando Toledo pasó por Potosí en 1573, los mineros le demostraron la necesidad de disponer de un contingente permanente de 4.500 indios. Como a éstos se les fijó una semana de trabajo por dos de descanso o sea en conjunto cuatro meses al año, se requería mandar a Potosí 13.500 indios anualmente. Eso suponía la movilización de cuando menos unas 40 mil personas, pues los "mitayos" acostumbraban viajar con sus familias. Capoche dice: "Y estaban los caminos cubiertos, que parecía que se mudaba el reino".

Cada indio entre 15 y los 50 años quedaba obligado a integrar los cuadros de la "mita" durante un año cada siete. Pero las ordenanzas de Toledo, con ser tan rigurosas de por sí no fueron cumplidas sino unos pocos años y en su lugar imperaban muchas veces el capricho y la codicia del "azoguero". Como el indio no siempre podía rescatarse con el pago de los 120 pesos, para eludir el reclutamiento forzoso no tenía otro camino que el de la fuga a regiones liberadas de esa carga. Así se formó un fatídico círculo vicioso. Comenzaron a disminuir los indios y, en consecuencia, los turnos para ir a las minas fueron reduciéndose, pues en las poblaciones y campos había menos indios de los cuales echar mano. Ya a comienzos del siglo XVII, éstos apenas disponían de un año de descanso después de otro de trabajo. Eso provocaba, a su vez, un deseo más intenso de huir de la "mita".

Fue así que se produjo un vasto despoblamiento en todas las provincias obligadas a contribuir a la mita con aportes humanos. Esas provincias eran: Porco, Chayanta, Cochabamba, Paria, Chichas y Tarija, Carangas, Sicasica, Pacajes, Omasuyos, Paucarcolla, Chucuito, Cavana y Cavanilla, Asángaro y Asillo, Canes y Canches, Quispicanchis.

Los indios abandonaron sus pueblos en cantidad tan elevada que a comienzos de siglo un Oidor de la Audiencia de La Plata, Diego Muñoz de Cuéllar, después de visitar todo el distrito comprobó que las poblaciones disminuyeron en una mitad desde que se implantó la "mita". Los indios fugitivos dejaban naturalmente de pagar sus tributos y la hacienda española de percibir una suma superior a la que recibía por concepto del "quinto" real sobre la explotación de la plata.

Esto posteriormente en el tiempo produjo levantamientos y sublevaciones hasta que según la historia se efectuaron las primeras revoluciones en contra de la Corona española y de los dueños azogueros de las minas que circundaban los alrededores del asiento minero.



Ref. Documentos orureños (Volumen II); autor: Alberto Crespo Rodas ediciones "PREFOR" - 1977

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