1. Déjala en paz
– Inti, hermano, ¿por qué tu hija, La Aurora, no atiende mis reclamos, mis súplicas, mis ruegos; ni las ofrendas que yo solícito le hago cual si fuera una reina? En cambio a los mortales más bien los quiere y a mí me desdeña? ¿Por qué es tan indiferente a mis propuestas y al cariño que yo le profeso? ¡Al menos que se digne en recibir los regalos que le hago con tanto afecto y hasta devoción?
– Huari, voy a ser paciente contigo, porque mi hija ya ha puesto este asunto entre mis manos, del acoso en el cual la tienes y al cual tú la sometes. Voy a ser razonable y explicarte que los sentimientos y los afectos tienen correspondencia con el orden del universo. Tú eres de las profundidades de la tierra, del mundo oscuro y subterráneo. Mi hija La Aurora es del mundo de la luz, del Hanan Pacha. Entonces te pido que la dejes en paz.
– ¿Así estás hablando tú conmigo? ¿Vienes tú también con esas poses a dirigirte a mí?
– ¡Sí! ¿Por qué?
2. Rodaron las piedras
– ¿Y me pides que la deje en paz a quien es soberbia y orgullosa? ¡A quién altanera prefiere brillar para los míseros mortales, quienes se debaten hundidos todo el día pesando algunos peces del lago para poder comer! Y que arañan la tierra, humillados, construyendo andenes para arrancarle frutos, ¿mientras yo le ofrezco todos los tesoros que tengo al fondo de la tierra y que he prometido ponérselo a sus pies?
– Te pido, por favor, respetarla en sus decisiones.
– ¿Qué? ¿Me pides respetarla? ¿Me pides paz, respeto mientras soy despreciado de este modo? ¡Pues bien! ¡Se arrepentirán ambos de su actitud para conmigo! ¡Guerra han querido y guerra la tendrán!
Huari dio un portazo en las regiones celestiales que estremecieron la tierra en donde se sacudieron los cerros y rodaron las piedras. Y salió furioso.
3. Hasta el último
Ya afuera, hablando consigo mismo, Huari resollaba diciendo:
– ¡Verán ambos! ¿Quién creen que es Huari, el señor de las profundidades? ¡Ah! ¡Pero destruiré aquello que a ella más le duela en el alma, cuál es su pueblo preferido, los Uros. Porque para ellos sí que brilla. para ellos les dedica los celajes más espléndidos! ¡Amanece para ellos! A ellos les dedica sus mejores galas. Se viste con los mejores atuendos en los arreboles que cubren todo el cielo. Y ellos en adoración le llevan ofrendas y cánticos a la salida del sol en lo alto de los cerros. ¡Pero, verán!
– ¿Y qué harás? –Le pregunta el viento que sopla en la meseta en donde los ururos viven.
– Enviaré cuatro plagas que acabarán con ellos, haciéndolos sucumbir a esta gente que amanece adorando al sol y que le rinde pleitesía a La Aurora. Enviaré cuatro plagas que terminarán devorando hasta el último.
4. Vio con espanto
Y envió una Plaga de Hormigas que empezaron a devorar las espigas de los sembríos, y a desenterrar pisoteando los tubérculos cultivados con tanto esmero.
Y envió una Plaga de Sapos que con su chapoteo y con su larga lengua vibrante hicieron salpicar el agua nublando toda la comarca haciendo que todo se oscurezca y reine una oscuridad completa.
Y envió una Plaga de Víboras que todo lo envenenaron, la arcilla y el agua, asolando la tierra.
Y envió una Plaga de Lagartos que su misión era hacer que la gente sea como son los lagartos, que duermen en el barro y son indiferentes.
La Aurora un día al asomarse por la cumbre de los cerros vio con espanto que su pueblo ya casi destruido luchaba ardorosamente con las Cuatro Plagas.
5. Grandes y atroces
– ¡Oh, Pachacamac! –Imploró–. ¿Qué ha sucedido? –Dijo–. ¿Cómo un pueblo tan próspero y feliz, el de los Uros, tan rico y laborioso ha caído en tan atroz miseria y estado salvaje?
Y vio desde lo alto cómo hormigas, sapos, víboras y lagartos se habían posesionado y devoraban enseres, cultivos y gente. Y todo lo que encontraban de lo que antes era un pueblo feliz y magnánimo.
La Aurora entonces convertida en Ñusta Incaica bajó hasta la tierra y convirtió a las hormigas en los arenales. Y a las más voraces en las dunas del lado Este de Oruro.
De los sapos hizo manantiales y ojos de agua que brotan. Pero a los más fieros, a los que se resistían a hacerse agua, los convirtió en piedras en la orilla de los ríos, a los más grandes y atroces en rocas a la orilla del río Tagarete.
6. Por otras puertas
A las víboras ondulantes las hizo cadenas de montañas divididas en pedazos y que rodean de cerca y de lejos la villa de Oruro
A los lagartos los convirtió en lagunas, hundiendo al más cruel e importante en la laguna de Cala Cala.
Y ella misma quiso quedarse a vivir y vigilar la boca de la mina por donde habían salido las cuatro plagas.
Volvió la vida feliz y durante mucho tiempo el pueblo fervoroso, ungido y laborioso adoró a La Aurora como Virgen de La Candelaria.
Pero Huari rencoroso, perverso y malvado empezó por otras puertas subterráneas a eructar andanadas de diablos que envician y corrompen a los Uros con borracheras y bacanales, dictándoles esta consigna:
7. En el fondo
de los socavones
– Vayan. –Les dice–. ¡Vayan y corrompan a la gente. A ellos los quiero indolentes, dominados por el vicio. Los quiero inconscientes, dispersos, borrachos.
Y salen las diabladas desde el fondo de los túneles, en comparsas que bailan en aparente homenaje a la Virgen de La Candelaria, a quien incluso le han cambiado de nombre para errar impunes, como Virgen de los Socavones.
Huari los disfraza, les enseña a bailar, les modela sus vestidos y sus máscaras ornamentales, no olvidándose de esculpir sapos, hormigas, víboras y lagartos de quienes se ufana. Y les estampa bordado en letra de oro su nombre, cuál es el de Huaricatos.
– ¡Vayan! Y sobre todo ustedes lagartos, corrompan a la gente. ¡Háganlos viciosos e indolentes!
Y los hace bailar en un carnaval interminable mientras él se refocila y divierte a sus anchas en el fondo de los socavones.
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