Domingo por la tarde, el cerro era toda una aventura en el siglo pasado, es decir el siglo XX, ya que la tecnología de hace unas décadas no era tan desarrollada como ahora y en Oruro había mucho menos cemento que en la actualidad, no existía el ya famoso monumento a la Virgen del Socavón, por lo que el único atractivo desde la cumbre del Santa Bárbara era poder ver la ciudad de Sur a Norte y viceversa, además de unas cuantas lagartijas y las famosas florecitas aromáticas que se conocen como "sudor de Virgen".
Para unos niños como éramos nosotros, es decir, mis hermanos, primos y yo, era divertido
realizar el ascenso al cerro, mi abuelo, Enrique Miralles Bonnecarrere, daba la voz de "vamos" y todos lo seguíamos entusiasmados.
La abuelita Elena se quedaba en casa horneando queques o galletas, quizás algún pastel y nos esperaba para tomar un "tecito" con los suculentos manjares que había preparado para los cansados excursionistas, los que acordábamos comunicarnos a través de espejos una vez que llegásemos a la cima del cerro. Desde arriba, con ayuda de los rayos del sol, reflejábamos los espejos y cuando se divisaba desde abajo el reflejo luminoso de otro espejito, entonces era la señal de que ya se había entablado el contacto. Este tipo de comunicación era tan interesante como divertido y los niños que habíamos ido de expedición apreciábamos ese gesto cual si fuera una manera de alentarnos a que superáramos el cansancio para emprender el retorno.
Cuando todo el grupo llegaba a la cima era momento de gritar al viento, todos de cara al céfiro nos disponíamos a gritar, a ratos perdíamos el aliento, tragando bocanadas del aire que entraba violentamente en nuestras cavidades bucales dejándonos con una sensación de desfallecimiento. Este ejercicio era alentado por el abuelo Enrique, porque según explicaba, ayudaba a desarrollar los pulmones, y como buenos altiplánicos todos queríamos ser dueños de unos órganos respiratorios saludables para soportar cualquier actividad física de altura sin padecer dolencias.
Supongo que veíamos a nuestros primos, que cuando llegaban del Oriente boliviano perdían el aliento y sufrían al caminar porque la altura les afectaba muchísimo, es decir, les atacaba el famoso "sorojchi", por lo que queríamos estar bien preparados para la vida en esta hermosa pero muy alta tierra de los Urus.
Los chicos se encargaban de cazar lagartijas, las buscaban entre los arbustos y las perseguían, reían mucho cuando atrapaban alguna por la cola y ésta se desprendía del animal como defensa, las niñas sufríamos al ver ese espectáculo pero nos tranquilizaban explicándonos que los animalitos vuelven a desarrollar esa parte de su anatomía, y que no sentían dolor, además que sólo querían atraparlas para mostrar su destreza, pues no querían matarlas ya que según explicaba el abuelo, son muy útiles para mantener a raya a los insectos molestos como las moscas, mosquitos y otros.
Las chicas nos ocupábamos de recoger algunas florecillas que conocíamos como "escupido de Virgen", pero más tarde supe que algunas personas le llaman "sudor de Virgen", en todo caso son tan pequeñas como fragantes, por lo que nos llamaba mucho la atención.
Otra forma de diversión era la recolección de piedras, buscábamos las más raras, brillantes o también las blancas, no sabíamos que eran cuarzos, pero nos llamaban la atención porque al chocar unas con otras despedían chispas y eso nos entusiasmaba.
El mismo ascenso o descenso constituía una aventura, pues íbamos cantando, cuando no nos faltaba el aliento, además que seguirle el paso al abuelito no era fácil, pese a su edad era muy buen caminador y teníamos que esmerarnos para no quedarnos atrás.
Aproximadamente a la altura de lo que hoy es el camino asfaltado de Alto Oruro, por la parte norte del cerro, subiendo por la calle Camacho, había un parquecito infantil, con columpios, un resbalón y sube y bajas, por lo que al sentirnos muy cansados hacíamos una pausa para jugar ahí, lo cual también era muy divertido.
Nos emocionaba, asimismo, poder reconocer cuál era nuestra casa, la de nuestros amigos, divisar el techo de LA PATRIA, reconocer la estación de trenes, la Catedral, la plaza principal, el Corazón de Jesús y otros espacios llamativos para nosotros.
Hoy por hoy, el cerro es totalmente distinto, se pobló de viviendas de todo tipo, color y tamaño, se construyeron gradas de cemento en las diferentes calles, ¡hay calles!, además se construyó un camino asfaltado que va de norte a sur, se edificó el monumento a la Virgen del Socavón, y la cima se convirtió en un mirador con cemento, rejas de fierro y pasto sintético, además que se puede subir en vehículo motorizado del servicio privado o público, las posibilidades se ampliaron y se convirtió en un lugar turístico.
El viento sigue soplando tan fuerte como antes, pero la fisonomía del cerro se transformó. Hasta existe más vegetación que hace algunas décadas, pues el mismo cambio climático ha hecho que en lugares que era impensable que pueda crecer una planta ahora hay árboles.
Nada es estático y todo sufre cambios de diferente manera, sin embargo, para quienes vivieron parte de ciclos distintos queda la nostalgia que le hace escribir para compartir sus recuerdos de lo que fue y ya no será más.
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