domingo, 12 de julio de 2015

El periodista de 12 años que revolucionó la comunicación

"El periodismo lo llevo en la sangre. Mis padres eran periodistas”, decía Luis Ramiro Beltrán. Y así fue. A los 12 años, el director del periódico La Patria de Oruro le dijo a su madre: "Este niño trae tinta en las venas”. Entonces, a esa edad, ejerció el trabajo de reportero del matutino.
Beltrán nació en 1930, en la ciudad de Oruro. Fue hijo de Betshabé Salmón y Luis Humberto Beltrán. Durante su infancia ya mostró sus dotes de reportero e imprimía "periodiquitos” en su colegio. En varias entrevistas contaba que de niño jugaba a dar noticias en su casa.
En sus primeros años de periodista, Beltrán realizaba coberturas de crónica policial y de otras áreas. En varias ocasiones recordaba que sus entrevistados lo veían con desconfianza por su corta edad.

En 1945 se abrió el periódico Sajama y lo invitaron, a sus 15 años de edad, a ocupar el cargo de jefe de información, puesto que desempeñó por corto tiempo hasta que se mudó a La Paz, donde concluyó sus estudios en el colegio Americano.
Al año siguiente, en 1946, durante las vacaciones de su primer año en La Paz, fue jefe de redacción de La Patria sólo por tres semanas, ya que fue elegido por el diario estadounidense New York Herald Tribune para representar a los estudiantes de secundaria de Latinoamérica en un diálogo internacional realizado en Estados Unidos.
Gracias a esa invitación conoció al millonario Nelson Rockefeller, a la actriz Ingrid Bergman y al fundador del partido peruano de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), Víctor Raúl Haya de la Torre.

Una promesa que tardó siete años en cumplirse y una pérdida irreparable marcaron otro de los momentos importantes en la vida de Luis Ramiro Beltrán. Su padre, al que apenas conoció, murió en la Guerra del Chaco en 1933, y sus restos fueron sepultados en Paraguay. Al partir a la guerra, don Luis Humberto le hizo prometer a su esposa que si moría, sepultaría sus restos junto a los de su madre. Ella tuvo que ahorrar durante siete años para cumplir la promesa.

Beltrán guardaba varios objetos de su padre, como el pañuelo que tenía cuando falleció y que fue devuelto a su madre en Paraguay gracias a un obispo. En su oficina había una foto que ocupaba una pared completa y muestra a su padre, a él y a su hermano juntos en 1933, durante uno de los pocos días libres que tuvo antes de morir.
Luis Ramiro, además de la pérdida de su padre, sufrió otras penas, como la muerte de su hermano menor Óscar Marcel y la de su prima hermana, a la que su madre había criado. "Después de ello mi madre y yo nos quedamos absolutamente solos (...). Desde entonces me hice el juramento de no dejarla y acompañarla hasta el último de sus días”, contó. En 1957, y por varios años, fue director del Centro Interamericano de Desarrollo Rural y Reforma Agraria en Bogotá, cuando conoció a su compañera de trabajo y su esposa, Nohora Olaya. "Tengo la dicha de haber tenido dos mujeres maravillosas en mi vida. Olaya dice que a las cuatro de la madrugada, la hora en que mi madre murió, ella despertó pensando en mamá, como si le hubiera estado avisando que no me deje solo”, expresó con una sonrisa en los labios.

Luego, en 1983, Beltrán recibió el Premio Marshall McLuhan-Teleglobe del Canadá y además el Cóndor de los Andes del Estado boliviano, como un reconocimiento a su labor intelectual en los campos de la comunicación y el desarrollo. Pero siempre fue humilde. Y así, con esa sonrisa, saludaba a los noveles periodistas que se acercaban a él para pedirle un entrevista.

Adios al gran maestro

Karina Herrera Miller
Este invierno nos quita a nuestro gran maestro, cariñoso amigo y generosa alma. Luis Ramiro Beltrán, para los que estuvimos cerca de él en estos años de su vida en Bolivia, fue no sólo una luz de inspiración y respeto por su trascendental obra, sino, ante todo, un invalorable apoyo y guía. Su especial entusiasmo y marcada obsesión por el trabajo nos motivó para asumir senderos con la humildad de ir detrás de los pasos del gigante.
Su lucidez crítica, rebelde y visionaria marcó la historia del campo de la comunicología latinoamericana desde la década del 60; él fue uno de los padres de ese pensamiento descolonizador en las teorías y la práctica de la comunicación. Denunció esa dependencia múltiple en América Latina, la afiliación de la comunicación masiva a las estructuras de poder en la región, las desigualdades y desequilibrios mundiales en los ámbitos de la información y comunicación; además de proponer una nueva mirada de la comunicación al servicio de un desarrollo democrático, con políticas del sector de carácter participativo. Todo ello nos permitió mirar una nueva comunicación basada en la entrega al diálogo e inclusión de las mayorías. Su fe en la comunicación horizontal, en la construcción de una teoría propia y la lucha por la democratización de la comunicación planteó su mejor herencia, esa comunicología de la liberación que inspiró e inspira hoy a miles beltranistas, beltranianos y beltranólogos en la región y el mundo.
Me acerqué al estudio de su pensamiento en la tesis de maestría que me abrió la posibilidad de entender aún más su invalorable giro crítico entre 1960 y 1970. Y continué a su lado en uno de sus retos investigativos que generosamente nos propuso compartir para conocer cómo fue la comunicación antes de Colón, reconstituyendo el mundo simbólico indígena prehispánico despreciado y poco entendido por el espíritu colonial. "Ni primitivos ni ágrafos”, dijo, nuestras culturas asumieron todas las formas y tipos de comunicación, incluyendo la escritura.
Desde distintos ámbitos mantuvo consecuente su apuesta emancipadora. En una entrevista publicada por la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación, en 2004, sentenció que: "Los sueños de un mundo menos mercantil, más justo, democrático y equitativo se han postergado sino es que olvidado. Empero, es un sueño, una quimera que seguimos abrazando”.
Y así será mi Doc, como cariñosamente le dije hasta ayer, cuando lo vi en ese sueño eterno. Seguiremos su legado de compromiso crítico y pensamiento rebelde por esa comunicación de vida y entrega solidarias. Su obra y ejemplo son semilleros de esa comunicología emancipadora que tiene su nombre y pervivirá por siglos.
Gracias Doc.

El adelantado



Juan Carlos Salazar / La Paz
Cuando llegó al diario La Razón de La Paz en 1948, a sus 18 años, procedente de La Patria de Oruro, ya era un periodista hecho y derecho, y cuando se incorporó a la Universidad de Michigan en 1964 para cursar la maestría y el doctorado en Comunicación, era un "comunicólogo” formado. Luis Ramiro Beltrán siempre fue un adelantado a la hora de abrir caminos.

Una foto de la época recuperada por René Carvajal Vargas para su libro Un cuento de hadas para adultos, en homenaje al maestro, lo muestra junto a Alfonso El Abate Tellería, Hugo Alfonso El Padrino Salmón, Ramiro Cisneros y Walter Montenegro como integrante de la generación precursora del periodismo profesional boliviano, aquella que se fogueó en la redacción del primer "diario moderno” de Bolivia, el que fundó el magnate minero Carlos Víctor Aramayo.

La revolución de las nuevas tecnologías y la explosión de las redes sociales han puesto de moda conceptos tales como "periodismo ciudadano” y "periodismo participativo”. Sus teóricos hablan de democratizar la información, de "desintermediarla”, de hacer partícipes a los ciudadanos del proceso informativo y comprometerlos en la elaboración y difusión de sus contenidos, en una suerte de "democracia virtual” que encuentra su natural correlato en la "democracia participativa”. "El objetivo del Periodismo Ciudadano es incitar a cambios”, escribió el español Koldobika Meso Ayerdi.

”¡Esto me suena!”, dijo un estudiante de Comunicación Social en una clase de Periodismo Ciudadano. ¿Quién lo dijo antes?

Cuando acudió a Ottawa en 1983 para recibir el premio McLuhan, el "Nobel de la comunicación social”, Luis Ramiro Beltrán ya había escrito sobre la necesidad de "democratizar la información” y de configurar un "modelo de comunicación alternativo horizontal”, y propuesto "un cambio de la comunicación vertical/antidemocrática hacia la comunicación horizontal/democrática”. En su famoso ensayo Adiós a Aristóteles. La comunicación horizontal (1979) había definido la comunicación como un "proceso de interacción social democrática”.

Sí, lo dijo dos décadas antes de que Bill Kovach y Tom Rosenstiel afirmaran que "el propósito del periodismo consiste en proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y capaz de gobernarse a sí mismo”. Lo dijo cuando no era moda y cuando no existían "comunicadores” ni escuelas de comunicación, porque el periodista que se inició como aprendiz a los 12 años en La Patria de Oruro y llegó a jefe de Redacción a sus 16 años, siempre fue un pionero y un revolucionario. Aunque en esa época él no lo supiera.



Gracias por siempre, Luis Ramiro


Isabel Mercado
De las incontables cualidades y talentos que desplegó durante su prolífica vida el más insigne comunicador boliviano de estos tiempos, Luis Ramiro Beltrán, quisiera detenerme en dos rasgos: su sentido del humor y generosidad.
Ambos, para quienes tuvimos la suerte de meternos en algún momento en su camino, representan, tal vez irracionalmente, mucho más que los lauros y reconocimientos que con toda justicia cosechó durante su vida.
Con años o sin ellos, con cansancio o vigor, Luis Ramiro se las ingenió siempre para reírse de la vida. Lo suyo no fue cinismo, ni mucho menos. Se trató más bien -si se hace el esfuerzo de ponerlo en palabras- de una apreciación de la supremacía de lo bueno sobre lo malo, lo feliz sobre lo triste, lo grato sobre lo ingrato. Esto, con la inteligencia que lo caracterizó, no significó nunca ingenuidad ni complacencia, sino, diría yo, una suerte de paz interior que le hizo siempre privilegiar el buen talante.
Encantador y divertido, era capaz de transformar una aburrida reunión en una inolvidable fiesta y congregar alrededor suyo a todos los presentes.
Jamás se rodeó de ese velo de distancia y suficiencia que suele seducir a los intelectuales, por el contrario, trató tanto de zafarse de todo vestigio de superioridad y erudición que costaba trabajo orientar una charla con él a las reflexiones y los conceptos que él mismo había concebido. Sin embargo, ningún teórico moderno de la comunicación puede prescindir de hacerle referencia.
Pero, el otro rasgo, el de la generosidad, es quizá mucho más relevante; o más bien, dice más del enorme espíritu que trasciende al hombre que fue Luis Ramiro Beltrán. Con una paciencia que realmente pocos aprendices de comunicadores merecíamos, se brindó siempre que se lo solicitó a ofrecer su apoyo, su guía, su consejo y, mucho más que eso, los libros que atesoraba, a fin de ayudar en un proyecto, idea o trabajo.
No mezquinó jamás su tiempo, y aunque fueran problemas intrascendentes, prestaba oídos y sugerencias a sus pupilos: las y los comunicadores y periodistas sin ningún tipo de discriminación.
Llegar a su casa era fácil, lo difícil era salir de ella, a pesar de los consejos de su compañera incondicional, Nohora, para acabar las "eternas” conversaciones.
Recuerdo mi proyecto de tesis: El periodismo femenino en Bolivia y la experiencia de Feminiflor (el diario precursor de la prensa femenina, liderado en Oruro por su madre, Bethsabé Salmón). Además de todo el apoyo brindado, de la confianza entregada, del material regalado, tuvo que ser él quien hiciera llegar antes su felicitación que mi agradecimiento.
Muchos años más tarde, y como en muchas ocasiones, cuando lo llamé para saludarlo, había seguramente olvidado mi nombre, por lo que tuve que recordarle la aventura conjunta con Feminiflor. "Claro, niñita, cómo habría de olvidarme”, me dijo. Y nos volvimos a sentar varias horas a conversar, aprovechando, yo, su sentido del humor y su inagotable generosidad. Hasta que Nohorita, como corresponde, lo llamó a descansar.

¡Agradecida para siempre, Luis Ramiro!

El primer guionista profesional de Bolivia

Luis Ramiro Beltrán fue el primer guionista profesional de Bolivia. Su principal aporte al séptimo arte fue la creación de la historia del documental Vuelve Sebastiana (1953), dirigido por Jorge Ruiz.
En una entrevista anterior, el periodista contó sobre su experiencia en la elaboración del guión de Vuelve Sebastina y lo primero que hizo fue hablar de su amigo Jorge Ruiz: "Fue un gran maestro, mi hermano, mi amigo del alma desde hace muchos años. Él fue quien me hizo guionista...”.
Asimismo, en su libro de memorias, rememoró el momento en que empezó a escribir el guión. "A fines de 1953, Jorge me buscó para contarme alborozado que, al fin, podría realizar la película sobre los chipayas que venía soñando hace un año”, indicó. "El guión lo hicimos en una pequeña cafetería de la calle Potosí”, agregó.
Pero antes de sentarse a escribir, Beltrán -quien hasta entonces había ejercido únicamente el periodismo- tuvo una capacitación intensiva. "Jorge me llevó a su casa a vivir tres días, me entrenó para escribir guiones y me regaló un libro especializado”.
Días después volvieron a encontrarse en el mismo café de la calle Potosí. "Nos reunimos Jorge, Augusto Roca -otro de sus grandes amigos- y yo”, escribió . Entre charlas y bromas, Ruiz le encomendó "oficialmente” a Beltrán que escriba el argumento del filme. "Me voy por 15 días a Santa Cruz, mientras tanto tienes que hacer el guión preliminar, el argumento”, la había dicho.
Poco después, el joven periodista le entregó el texto que estuvo listo tras algunos ajustes. "La base para hallar la salida la dio Jorge, cuando optó por un planteamiento semiargumental simple como arquitectura básica para desarrollar el filme”, aseveró Beltrán.
Finalmente, el experto destacó que: "En este trabajo, Ruiz hace un rescate antropológico muy importante, pues el pueblo chipaya es considerado como la cultura más antigua de América”.

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