domingo, 2 de noviembre de 2014

Oruro y San Felipe de Austria

I. ANTECEDENTES

Uru uru o Jururu, hoy Oruro, como indica nuestro insigne historiador Ramiro Condarco Morales, fue el centro poblacional mas importante de la cultura Wankarani, uno de las culturas mas remotas de la América morena, cuyas raíces se pierden en la nebulosa de los tiempos.

Precisamente, Oruro, proviene de las voces Uru Uru, que significa " luz luz", cuya existencia se remonta a periodos inmemoriales del Collasuyo. Nuestra ínclita ciudad se encuentra, en medio de la Serranía Sagrada, compuesta por los cerros: Wara Wara, hoy Santa Bárbara, Tata Kollu, hoy, San Felipe, Wakallusta, hoy Rubiales, Jararankani, cerro Lagarto Jampatuko Kollu cerro San Pedro, consideradas como deidades tutelares, númenes sacralizados que pese a siglos de la memoria larga no desaparecen hasta nuestros días.

En sus entrañas guardan celosamente ricos filones metalíferos que fueron la codicia de propio extraños que en criterio nuestro vate orureño Josermo Murillo Vacareza, "los conquistadores encontraron en esta parte del Altiplano una densa población uru en la cuenca de Paria y al mismo tiempo descubrieron allí una población formada al entorno de una ‘waka’ y de un ídolo bucólico protector de sus cultivos".

Frente a dichas prácticas rituales los soldados difusores de la religión católica, abatieron al ídolo, demolieron ese monumento y levantaron una iglesia que sirvió de núcleo para la fundación del primer pueblo del altiplano, el año 1535, con el nombre de Paria denominación que en la Colonia se extendió a todo el altiplano central en su región oriental, mientras que el occidente y la costa se denominó Carangas.

Después de unos años de esa primigenia fundación colonial, prosigue Murillo Vacareza "…volvió al lugar el capitán Lorenzo de Aldana y secretamente explotó la plata del "Pie de Gallo’, adquiriendo una enorme fortuna comparable en nuestros días con la de Simón I. Patiño: Aldana acrecentó aún más su poderío económico con la "encomienda" que se hizo ceder y que abarcaba precisamente las tierras más productivas y más pobladas del Altiplano Central, desde más al Norte de Caracollo, comprendiendo lo que son hoy Paria, Sora Sora, Poopó, Pazña, Challapata, Huari, Quillacas, Condo hasta Salinas de Garci Mendoza. En ese orden, los indios de Paria descubrieron las vetas de plata de Oruro pero, por falta de mitayos y por los difíciles procedimientos, antes de que se utilizara el azogue, las minas fueron abandonadas y escondidas.

A los 60 años de la fundación de Paria, el cura Francisco de Medrano volvió a redescubrir las vetas en 1595; para entonces el virrey Francisco de Toledo había establecido la dura conscripción de los mitayos, a fin de dar mayor empuje a la explotación de las minas, por ello, con estos recursos la población denominada ya "San Miguel de Oruro", por haberse producido aquel acontecimiento el 29 de septiembre.

En poco tiempo se hizo densa, acudieron a ella españoles de los diversos centros del virreinato, criollos, mestizos e indígenas, y fueron ellos los que levantaron la primera y pequeña iglesia dedicada al Arcángel, patrono de esa villa se emplazó la capilla precisamente en el lugar densamente poblado por los nativos, y que se conoció más tarde con el nombre de "Ranchería, porque, predominaban las chozas de aquellos; el cambio de culto hacia la imagen católica no produjo ninguna violencia mental".

Esa imagen del Arcángel San Miguel, elaborada por un escultor de grandes cualidades artísticas tiene un valor estético-religioso y un alto significado histórico, que se mantiene hasta hoy en el Santuario de Nuestra Señora del Socavón, precisamente, por dichos antecedentes nuestra ciudad, originalmente recibió el nombre de la villa de San Miguel de Uru Uru.

Parece ser que los indígenas lugareños habían ocultado por bastante tiempo, después de la llegada de los españoles, la existencia de filones de plata en los cerros cercanos a Paria. El "Inca socavón" "Socavón del Inca o de los incas", por su mismo nombre, revela una explotación prehispánica.

La tradición, sobre el particular, indica que la región fue profusamente trabajada en superficie y hasta donde los medios disponibles permitían ir en profundidad. En ese orden, nuestro historiador Zenobio Calizaya, indica, que "en conocimiento de la fama que adquiría el asiento minero de Oruro, la Real Audiencia de Charcas envió como Visitador al capitán Gonzalo de Paredes Hinojosa, fundador de la Villa de Salinas del Río Pisuerga (Mizque) que fue en fecha 19 de septiembre de 1563, y su Corregidor, para que certificase sobre las riquezas mineras que se decían habían en este asiento".

¡Fueron precisamente muchos mineros españoles "solteros y casados" quienes habían acudido a la Audiencia refiriendo las bondades de las minas de Oruro y que, por tal merced, pedían que se les librase provisión real para la fundación de una Villa. Fue comisionado para este trascendental acto el Presidente en ejercicio de la Audiencia, Licenciado Manuel de Castro del Castillo y Padilla mediante provisión real firmada en la ciudad de La Plata en fecha de 10 de julio de 1606.

El acta de fundación, en que también intervienen dos mineros prominentes de la Villa como fueron Francisco de Medrano y Gerónimo de Ondegardo, es como sigue.



II. FUNDACIÓN DE LA VILLA DE SAN FELIPE DE AUSTRIA

"En el asiento minero de San Miguel de Oruro, miércoles primero, día del mes Noviembre, año de nuestra redención mil seiscientos y seis, el señor licenciado don Manuel de Castro i Padilla, de Consejo del Rey Nuestro Señor, en su Chancillería Real de La Plata, poblador y fundador de este dicho asiento, salió de las casas de su morada i con el acompañamiento del Capital Francisco Roco de Víllagutíerrez, Corregidor i Justicia Mayor de la Provincia de Plata i de muchos vecinos moradores, estantes i habitantes en él, fue a la Iglesia Mayor, a donde se dijo la Misa del Espíritu Santo cantada, i hubo sermón, i después de dicho el credo, bajó del Altar Mayor el sacerdote que la dijo, al lugar donde estaba puesto un sitial con una sobremesa de damasco carmesí i una almohada de terciopelo carmesí encima de el i otra a los pies, donde el dicho sacerdote con el misal en la mano abierto i el dicho Licenciado don Manuel de Castro hincado le tomó el siguiente juramento:

"Señor Licenciado don Manuel de Castro, Oidor de la Real Audiencia de La Plata, poblador en nombre del Rey nuestro Señor e por la Sancta María su bendita Madre, e por las palabras de los Santos Cuatro Evangelios e por esta señal de la cruz que hará la población de la villa que al presente se funda en este asiento come más convenga al servicio de Dios nuestro Señor i de su Majestad, bien i conservación de los vecinos í moradores i naturales conforme a su obligación i hará i guardará todo lo que por razón de dicho cargo de poblador debe hacer i cumplir, i si así lo hiciere Dios le ayude " el cual respondió: "Si juro i amén". (sic)

Sin embargo, el presente hecho fundacional, no fue un hecho casual, sino que estuvo presidida por tradiciones y costumbres ancestrales, que devenían de los fastos y ritos de los antiguos urus del culto a los difuntos, denominada "ayamarcayquilla", donde se esperaban a los" ajayus" con danzas, comida y bebida como un significado de alimentar a quienes visitan la tierra de los vivos, es decir, excedía los fundamentos racionalistas de la fe cristiana, adentrando en sus meandros de un atavismo ancestral de culto a quienes dejaron este mundo, pero no para cansar pena ni dolor sino, la presencia de los" ajayus", era un regocijo colectivo de ayni entre los mortales y las almas de los difuntos, cuyos valores culturales, también, se mantiene viva e inalterable hasta nuestros días.

No debemos olvidar que en este sitio sagrado de los Urus, fue una antiquísima necrópolis donde por doquier se podía observar chullpares, es decir, sobre este camposanto precolonial, al llegar los españoles fundaron la Villa de San Felipe de Austria, el 1ro. de noviembre del año 1606, día dedicado a Todos los Santos en conjunción con el periodo sagrado del Ayamarcayquilla, a la cabeza del ilustre español. Licenciado don Manuel de Castro y Padilla. En hora buena.

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