Un clima que invitaba al sueño, hojas amarillas desprendiéndose de los árboles descendían lentamente como paracaidistas hasta posicionarse en el piso, cual si fuera el recuerdo de la naturaleza, avisando que un ciclo de la vida más se cumplió.
La brisa de la tristeza se sentía en cada paso mientras se recorría lentamente los pasillos de un parque que con el transcurrir de los años sufrió transformaciones, para ser más atractivo a los ojos del visitante. Mientras tanto, como salidos de un cuento, una pareja de colegiales escapistas, enamoraban tras la fuente con besos de hielo por el temor a ser descubiertos.
Al otro extremo, un solitario hombre sentado en una de las bancas, reflexionaba sobre el mundo de temas que se le presentan en la faz de su mente, soportando la gélida temperatura que imponía la tarde.
Al centro una fuente de agua, extrañamente el líquido elemento era el ausente. Premonición de un largo letargo, que vivirán como espectadores mudos dos venados en la cima de este sitio, con la mirada perdida al Noroeste intentando encontrar explicación acerca de su suerte.
Un conjunto de sapos rodean el circuito de cemento, mientras que un pez incrustado en medio de las rocas intenta cobrar vida para ser el alimento que necesita el alma, de paz y tranquilidad.
Más al Norte, una pequeña glorieta que cuando uno era niño la veía como un gigante, y ahora es tan solo una estructura que alberga recuerdos de aquellos años maravillosos, repintada y con un buen aspecto. Nuestro recorrido termina con el crujir de las pisadas sobre la muerte de las hojas que yacen en el suelo, sin desvelo ni desventura por haber dado vida a este enfermo planeta.
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