El histórico edificio de Correos de Oruro se deteriora día que pasa, cuando llueve las paredes se remojan y las piedras cortadas, que con tanto afán fueron labradas hace más de cien años, hoy están horadadas.
El exoficial mayor técnico del Gobierno Municipal de Oruro, Boris Medina Campuzano, advirtió que ninguna autoridad se preocupa de preservar los edificios más antiguos, históricos y permiten la destrucción, en pleno centro de la ciudad.
La Casa de Correos y Telégrafos fue construida desde 1906 hasta 1913, cuando las últimas oficinas estaban habilitadas para el funcionamiento de un “servicio indispensable en las comunicaciones de persona a persona, desde todas partes del mundo”.
El edificio, de dos plantas, era la mejor de la época. La belleza de su concepción arquitectónica y artística se puede advertir aún hoy, a pesar del deterioro que tiene. Los decorados son inigualables. Se colocaron pieza por pieza, para que la casa sea eterna y que sirva a miles y miles de personas.
Quien no conoce el edificio de correos, no conoce el mundo. Los más preocupados por enviar las cartas eran los alemanes, ingleses, italianos, españoles, árabes, israelitas y estadounidenses que vivían precisamente aquella época y que estaban atraídos por la inmensa riqueza descubierta en Oruro y las minas aledañas. Era el estaño, la salvación de todos, como fue de Simón Iturri Patiño, cuando encontró las vetas más ricas en la mina La Salvadora de Llallagua o la de Guanuni, hoy Huanuni.
El sistema ferroviario era el único medio más moderno de aquella época. Las cartas de amor, de esperanza, de información sobre Oruro, de aquella inmensa riqueza y las perspectivas del futuro se depositaban en los ventanales de ese edificio. Los empleados no tenían tiempo para registrar las cartas. Cada día eran miles de cartas que se enviaban a diferentes países del mundo. Después de la recepción, había que seleccionarlas, con destino seguro. Antes, nadie podía osar robar dinero ni cartas, porque “no había tiempo ni para respirar”.
Los paquetes se debían despachar por el ferrocarril con destino a Antofagasta y desde ahí el transporte por los barcos, con diferente destino. Las comunicaciones eran seguras, o casi seguras. Las cartas llegaban a cada país, sin problema, salvo algún accidente en el barco.
Las respuestas también por carta llegaban a los miles de casilleros que se utilizaban aquella vez. Cada número tenía una llave en manos del que alquilaba. El servicio era eficiente. Los dueños de esos casilleros a veces recibían los periódicos desde Inglaterra, España, Italia y se podía enterar de las noticias más trascendentales, incluyendo las guerras.
Los recuerdos son eternos, muchos de los cuales se fueron a la tumba con aquellos hombres que trabajaban en la construcción del ferrocarril, aquellos que prefirieron quedarse, que formaron familia, que forjaron el Club Oruro Royal, el Bolivar Nimbles y otros. Aquellos recuerdos pasaban por las cartas, pero hoy, la Casa de Correos y Telégrafos de Oruro está vacía, con algunos empleados que, de vez en cuando, se ocupan de enviar unas diez o veinte cartas al año, de aquellos abuelos que todavía utilizan ese sistema de comunicaciones.
La humedad está levantando los mosaicos del piso. Las rejas de seguridad de la puerta están desniveladas. Las puertas formidables de hace cien años todavía resisten, pero los techos están destruidos y llueve más adentro que afuera, especialmente en la época de mayores precipitaciones.
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