Sólo plasmar por escrito el nombre de Raúl Lara Torrez, es ya de por sí, una distinción, pues revisar la trayectoria de este artista, para orgullo nuestro orureño, es todo un acontecimiento y un deleite para la vista, pues nos permite apreciar que aquel hombre nacido hace 70 años muy cerca de los socavones de la mina San José a 3.706 metros sobre el nivel del mar, posicionó a su natal Oruro en las más sobresalientes galerías de exposición de arte en el mundo.
Innumerables comentarios le han dedicado hombres y mujeres de similar valía, para describir sus creaciones, sumidas en una magia particular enmarcadas en un predominante color azul.
"Lara es irrevocablemente orureño. Pero no rescata panoramas de erial altipampa ni retrata campesinos emponchados en miseria. Trascendiendo el dato y soslayando la anécdota, configura extraños ambientes interiores; habitaciones urbanas en semipenumbra o recodos de buses apenas alumbrados por espejos y cromos. Predominan entre sus personajes hombres mestizos de barrios periféricos y muchachos embalsamados en tinieblas. Sus mujeres son lolitas de alabastro con aire extraterrestre o robustas meretrices hurladas a dramones mexicanos. Y, de vez en cuando, ingrávidos inlantes de melcocha y organdí", escribió el comunicólogo. Premio Mundial de Comunicación McLuhan, Luis Ramiro Beltrán Salmón, para describir las creaciones de su coterráneo.
Destaca las obras del pintor Lara como telúricas pero no folclóricas, figurativas pero nada fotográficas, eróticas pero casi nunca obscenas, pues "la pintura de Raúl Lara conjuga realidad y fantasía con talento y oficio fuera de serie".
Quien más que la palabra autorizada del también orureño, Luis Ramiro Beltrán, para definir a Lara como un hijo de mineros – nacido en una mina y crecido entre carburo, rosicler y copajira que disfruta a plenitud del reencuentro con lo suyo, se embriaga de patria.
"Allá trabajan sin tregua, cuidando con celo su autonomía de sueño, su libertad para crear sin someterse a escuelas, reubicar compromisos o aceptar encargos. Allá convive con las gentes que saltan a su caballete desde mercados, presteríos, talleres y burdeles. Allá, conversando a diario en la intimidad con mitos y montañas, inventa nuevas fábulas pictóricas para nuestro asombro y solaz", escribió Beltrán.
En fragmentos rescatados por Eduardo Serrano, de Bogota, Lara es halagado por los comentarios de Teresa Gisbert, cuando indica que su pintura "rompe con los esquemas demagógicos de tina realidad manoseada y superficial que pretende dar vigencia a procesos históricos cerrados. Es el grito del pueblo que habita las ciudades, lejos del campo y de las minas; es el campesino y el minero que se ha hecho ciudadano y vive sus mitos al margen de la sociedad seudo – occidental totalmente estandarizada".
Apoyado en la crítica de Alfredo Torres (Uruguay), Serrano rescata el comentario sobre las creaciones de Lara Tórrez, indicando que se ha referido al mestizaje de sus concepciones pictóricas afirmando que sus imágenes "ofrecen una curiosa simbiosis de comportamientos. Pues en ellas está el indio boliviano que permanece fiel a sus "diablos", las fiestas que conjugan la vieja religión ancestral con la que impusiera el dominador español. Continúa detallando que el indio que se aferra a sus rutinas cotidianas, a su paisaje. Paisaje que Lara transmite incidentalmente por el vano de una ventana, por el reflejo de los lentes".
"Su pintura se desarrolla generalmente en espacios cerrados donde la luz penetra por puertas y ventanas permitiendo identificar extraños personajes que reflejan en sus facciones, a veces bastante robustas y un tanto grotescas y a veces infantiles y con miradas que parecen provenir de otra realidad, un drama no muy explicito entre onírico y alarmante", continúa la descripción de Torres.
"En los lienzos que nos obsequia, una paleta exuberante de azules y rosados -en los más audaces matices- se combina con un dibujo que se vuelve, a voluntad del artista, firme y preciso cuando nuestra lo tangible de la realidad conocida o delicado y evanescente en sus criaturas más tiernas", destaca una parte importante del comentario de la historiadora del arte, Margarita Vila.
Sólo estos tres comentarios de renombradas personalidades, permiten apreciar la valía de aquel hombre que partió de este mundo el 22 de agosto, pero dejando un incalculable patrimonio artístico que se lució en las más destacadas pinacotecas del mundo.
Galerías de Suecia, Alemania, España, Nueva York, Argentina, Colombia, Uruguay Chile, Cuba y Venezuela, fueron los escenarios testigos de la presentación de sus obras trabajadas con una peculiar y única tendencia.
En su hoja de vida se describen innumerables exposiciones en muestras colectivas e individuales al margen de los premios con los que organizaciones de talla mundial supieron reconocer las creaciones de aquel "Hijo predilecto de Oruro", como lo reconoció el Concejo Municipal el año 1999.
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